viernes, agosto 19, 2005

LOBITO

Yo, de puro mamón había comprado uno de esos polerones con el logo de la universidad y de puro caliente se lo había tenido que dar a un compañero, porque en un viaje que hicimos juntos le regalé el de él a una mulata que conocí y que pensé que sería la mujer de mi vida.

Cuando volvimos de las vacaciones de verano, el negro, mi compañero de universidad, me exigió la devolución de su polerón. Lo tuve que hacer, así que me quedé ahí, sin el símbolo mamón de mi entrada a la universidad.

No se reconocer donde estaba la motivación de mi cariño y apego por esa prenda, lo cierto es que se fue de mi lado una cosa muy preciada. Estaba triste, caminando a mi casa y pensando en eso cuando me saludó y cuando me pregunto cómo andaba. Le transmití mi pesar. Me preguntó como era ese polerón y por que lo quería tanto. No recuerdo qué le dije.

A los dos días más o menos, mi amigo me entregó un paquete de papel café, “es un regalo”, dijo. Se lo agradecí y lo abrí en mi casa. Era un polerón igual al mío. No supe donde lo había conseguido, seguro que en la basura, porque estaba hediondísimo. Lo lavé y lo tengo hasta el día de hoy. De eso hace como diez años.

Cuando pasó el tiempo, abandoné la casa materna y no supe mucho más de mi compañero de barrio. Alguna vez cuando volví de visita, lo vi pero no me reconoció.

Ayer un tío me contó que lo mataron, le dieron como diez puñaladas en plena calle, y le dejaron metido un destornillador en la guata. Tal vez se lo buscó, no lo se. Una vez me contó que había matado a dos tipos, pero que lo había hecho en defensa propia. Tal vez fue excesivamente agresivo en razón de un estado eufórico, provocado por la pasta base que consumía habitualmente y se encontró con un tipo más choro que él.

Tal vez murió en su ley, tal vez no haya nada que condenar por su muerte, eso no lo sé. Solo puedo dar fe de que, si existe algún lugar en que dar testimonio de las obras de bien, de esas que son más que solo meterse la mano al bolsillo y sacar lo que sobra, esas que suponen hacerse cargo del mundo de los demás, con toda la puta contradicción y falta de sentido común que tienen a veces los mundos de los demás; yo voy a estar ahí testificando por el Lobito.

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lunes, agosto 08, 2005

CANDIDATOS AL SENADO Y LA PATUDEZ DE LA OLIGARQUIA

La democracia es un sistema que pretende que el poder se ejerza por el pueblo.

Sin embargo eso de que el poder lo ejerce el pueblo tiene varias limitaciones en la realidad, pues la verdad es que hay pocas manifestaciones duras, objetivas y directas del poder de la sociedad civil, aparte de la elección periódica de sus representantes.

Por eso, ha sido mejor explorar algunos otros aspectos de lo que conocemos como sociedades democráticas para poder darle al concepto de democracia, alguna consistencia adicional, algo que nos permita definir ese sistema en el que la sociedad occidental pretende vivir. Una buena forma de describir eso, es lo que Dahl ha denominado poliarquía, es decir, si se hace una apretada síntesis, un sistema en que si bien, las masas no ejercen el poder, las personas son relativamente libres para hacer su vida como mejor les plazca, sin afectar los derechos de los demás, y sin afectar las bases mismas de un estado que, no se debe inmiscuir en los asuntos privados de los ciudadanos.

Podemos decir entonces, sin mucho temor a equivocarnos, que el voto que cada cierta cantidad de años depositamos en las urnas electorales, es una manifestación, tal vez la única, que permite la expresión directa y vinculante de lo que la gente quiere que suceda en política.

Hace pocos días hemos visto como parte de la dirigencia del Partido Socialista de Chile y de otras tiendas, miran con indignación como se despoja de la calidad de candidatos al Senado a algunos próceres y como toman dicha calidad quienes no “aseguran gobernabilidad”.

Algunos diarios han señalado con alarma que esa corporación perderá a algunos “hombres de estado” a cambio de otros advenedizos postulantes a los que han motejado de “polillas”, “mediáticos”, “confrontacionales” y demás.

Llama especialmente la atención la indignación y alarma que ha generado en parte del Partido Socialista la nominación como candidato del diputado Navarro, quien se ha preferido a Viera Gallo, después que (una vez descartadas otras opciones mas democráticas como las primarias internas, donde todo indicaba que el segundo perdería, a la luz de las encuestas) el Comité Central del partido, en elección democrática, lo decidiera así.

Llama especialmente la atención porque el principal argumento de los indignados es que Viera Gallo sería “mejor” que Navarro, olvidándose el hecho de que Navarro es preferido por la gente que votaría en las próximas elecciones senatoriales. ¿No será que eso les da lo mismo? ¿No será que la “gente”, esa que contesta las encuestas y cuya mayoría ofrece como modesto y único aporte al proceso político, su voto, esta equivocada? Supongo que, sobre la base de las mismas razonables preguntas, el intelectual Jocelyn Holt lanzo sus críticas públicas a Michelle Bachelet hace unos días.

Como razonaba el profesor Michels, la ley de hierro de las oligarquías, hace que ellas gobiernen de acuerdo a su real voluntad y no necesariamente a la de los gobernados, ese es el sino ineludible de las democracias, su ley de hierro.

Es por eso que, cuando las ventanas y las puertas de la casa en que están los que ejercen el poder se abren, cuando las señoras juanitas, y los señores de a pie abandonan por un instante sus asuntos domésticos para, por única vez en años, ejercer poder político directamente, no es legítimo que ciertos señores y señoras, veten ese ejercicio, por mucha gobernabilidad que aseguren, por muchos libros que hayan leído, por mucho que sepan de asuntos de estado.

De hecho, que lo hagan es una patudez sin nombre.

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EYMI KA CHAGNEYMI (tú, tú eres un otro)

Él era un conocido mío, un hombre más o menos de mi edad, mapuche, yo sabía que era mapuche; de hecho, tenía cara de mapuche (claro, eso no es novedad en Chile, muchos de nosotros tenemos las señales de que también somos los que estaban antes por estas tierras), pero él, además de eso, se reconocía como mapuche.
La verdad es que yo no lo conocía mucho; de hecho, la verdad sea dicha, nunca me detuve mucho en este tipo que, para mí era uno más en esta carrera que llevamos muchos por “salir del piojenterío”, como dice un amigo mío. Era un tipo quitado de bulla. A él yo nunca lo noté especialmente hasta esa mañana.
Salimos todos a un patio. El hombre joven, ese que yo no había notado especialmente hasta ahora, ese que no se hacía notar, se paró frente a todos y nos instruyó asertivo: “quien esté aquí para observar la rogativa, puede volver a los salones, en esta ceremonia todos deben participar”; después, instruyó a todos los presentes, entre los que se encontraban sus jefes, otras personas mayores que él, otros que en situaciones comunes tenían más desplante, sobre el lugar que debían ocupar y las conductas que deberían desarrollar en adelante. Claro, todos obedecimos cada palabra que pronunció, este hombre se convirtió en un poderoso líder que nos preparaba para algo importante.
Finalmente llamó a otros hombres a acompañarlo, el llamado no tuvo un criterio que yo entendiera de buenas a primeras, no había un orden etario ni jerárquico, sólo llamó a otros hombres, después me fijé que todos eran mapuche y todos hablaban mapudungún.
Y el ritual empezó, era un letargo repetitivo que, a medida que se desarrollaba nos iba haciendo entrar en un estado de contemplación. Las palabras no las entendía, estaban pronunciadas en la lengua de los mapuche. El tono y el volumen comunicaban una emoción que no me era familiar, era algo sagrado, como el tono que usan algunos sacerdotes en la iglesia católica, pero era fuerte, como de preparación para la lucha, sin embargo se hacía de rodillas y mirando hacia arriba. La trascendencia, la lucha y la humildad estaban unidas por este letargo ritual que se repetía hasta movernos por dentro.
El tono de la rogativa empezó a declinar, también el ritmo y el volumen, hasta que todo concluyó en un grito suave y uniforme.
Después supe que él y los que lo acompañaban, pidieron permiso y evocaron las fuerzas de todo lo vivo para que nos protegiera y nos ayudara.
Ese hombre que yo no había notado especialmente, cuando hablaba la lengua de sus ancestros, se había convertido en el portador de la sabiduría de su pueblo.
Este peñi que para mí era uno más de nosotros, luchando por la vida, ahora emergía como un otro, como uno a través del cual hablan sus ancestros, uno que se hace poderoso cuando habla la lengua de sus padres, una que él también reconoce como propia, como uno que me mostraba cómo entre ellos se toca lo sagrado.
Me pregunto quién sería este hombre si no hablara mapudungún, si no supiera sus rituales ancestrales, sino se hiciera poderoso cada vez que se convierte en un vehículo a través del cual hablan sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, seguro que sería sólo uno más de nosotros y seguro que nuestra comunidad sería menos rica y mucho más aburrida.
La pregunta no es gratuita. Hoy según los sondeos más optimistas, tres de cada diez mapuche habla su lengua ancestral y algo parecido sucede con la lengua aymara. El kunza de los licanantay es una lengua muerta y la cultura y la lengua de los pueblos indígenas de los canales del sur de Chile amenaza con desaparecer, a eso debemos sumar que ningún selknam ni aoenikenk pisan hoy la faz de la tierra, porque sus pueblos fueron exterminados y su lengua murió con ellos. La belleza, sofisticación y profundidad espiritual de sus rituales ya no viven más con nosotros.
Hace un tiempo ya, una vez que fue entregado el informe de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato de los Pueblos Indígenas, un connotado hombre de la Comisión preguntaba “¿Cómo deben ser tratadas las culturas minoritarias, por ejemplo, la cultura mapuche o la cultura rapa nui? ¿Debemos abogar por su protección, conferirle el derecho a gestionar su vida colectiva y darle recursos adicionales para evitar que naufrague o, en cambio, debemos asegurar, nada más, los derechos individuales de los miembros de esos pueblos, dejando la supervivencia de esa cultura entregada a la interacción social espontánea?”.
La diversidad no es un mal menor a ser aceptado, sino un bien que nos incumbe a todos y al que debemos propender. Hace unos días, el presidente Lagos lo llamó pluralismo.
Esa diversidad nos incluye a todos, enriquece nuestra identidad nacional, nos unifica en la diferencia y nos identifica en el orbe. El que cada uno de nosotros pueda ser reconocido en su identidad, es un bien colectivo, por lo mismo es una responsabilidad colectiva, una responsabilidad de todos.
Eso es especialmente cierto en el caso de los Pueblos Indígenas de Chile. Hemos reconocido, como sociedad y como estado, que nos constituimos como república sobre el despojo de ellos, sobre el acallamiento de sus voces, sobre la muerte de sus hijos.
Por suerte todavía están vivos y sus ensoñaciones y sus mundos imaginarios todavía existen, por suerte todavía tenemos esperanzas de convencernos de que la diversidad está bien y que ella no solo es nuestro deber como sociedad, sino que nos enriquecerá y hará a Chile un mejor lugar donde vivir. Seguro que las fuerzas de todo lo vivo van a ayudar en eso.

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