EYMI KA CHAGNEYMI (tú, tú eres un otro)
Él era un conocido mío, un hombre más o menos de mi edad, mapuche, yo sabía que era mapuche; de hecho, tenía cara de mapuche (claro, eso no es novedad en Chile, muchos de nosotros tenemos las señales de que también somos los que estaban antes por estas tierras), pero él, además de eso, se reconocía como mapuche.
La verdad es que yo no lo conocía mucho; de hecho, la verdad sea dicha, nunca me detuve mucho en este tipo que, para mí era uno más en esta carrera que llevamos muchos por “salir del piojenterío”, como dice un amigo mío. Era un tipo quitado de bulla. A él yo nunca lo noté especialmente hasta esa mañana.
Salimos todos a un patio. El hombre joven, ese que yo no había notado especialmente hasta ahora, ese que no se hacía notar, se paró frente a todos y nos instruyó asertivo: “quien esté aquí para observar la rogativa, puede volver a los salones, en esta ceremonia todos deben participar”; después, instruyó a todos los presentes, entre los que se encontraban sus jefes, otras personas mayores que él, otros que en situaciones comunes tenían más desplante, sobre el lugar que debían ocupar y las conductas que deberían desarrollar en adelante. Claro, todos obedecimos cada palabra que pronunció, este hombre se convirtió en un poderoso líder que nos preparaba para algo importante.
Finalmente llamó a otros hombres a acompañarlo, el llamado no tuvo un criterio que yo entendiera de buenas a primeras, no había un orden etario ni jerárquico, sólo llamó a otros hombres, después me fijé que todos eran mapuche y todos hablaban mapudungún.
Y el ritual empezó, era un letargo repetitivo que, a medida que se desarrollaba nos iba haciendo entrar en un estado de contemplación. Las palabras no las entendía, estaban pronunciadas en la lengua de los mapuche. El tono y el volumen comunicaban una emoción que no me era familiar, era algo sagrado, como el tono que usan algunos sacerdotes en la iglesia católica, pero era fuerte, como de preparación para la lucha, sin embargo se hacía de rodillas y mirando hacia arriba. La trascendencia, la lucha y la humildad estaban unidas por este letargo ritual que se repetía hasta movernos por dentro.
El tono de la rogativa empezó a declinar, también el ritmo y el volumen, hasta que todo concluyó en un grito suave y uniforme.
Después supe que él y los que lo acompañaban, pidieron permiso y evocaron las fuerzas de todo lo vivo para que nos protegiera y nos ayudara.
Ese hombre que yo no había notado especialmente, cuando hablaba la lengua de sus ancestros, se había convertido en el portador de la sabiduría de su pueblo.
Este peñi que para mí era uno más de nosotros, luchando por la vida, ahora emergía como un otro, como uno a través del cual hablan sus ancestros, uno que se hace poderoso cuando habla la lengua de sus padres, una que él también reconoce como propia, como uno que me mostraba cómo entre ellos se toca lo sagrado.
Me pregunto quién sería este hombre si no hablara mapudungún, si no supiera sus rituales ancestrales, sino se hiciera poderoso cada vez que se convierte en un vehículo a través del cual hablan sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, seguro que sería sólo uno más de nosotros y seguro que nuestra comunidad sería menos rica y mucho más aburrida.
La pregunta no es gratuita. Hoy según los sondeos más optimistas, tres de cada diez mapuche habla su lengua ancestral y algo parecido sucede con la lengua aymara. El kunza de los licanantay es una lengua muerta y la cultura y la lengua de los pueblos indígenas de los canales del sur de Chile amenaza con desaparecer, a eso debemos sumar que ningún selknam ni aoenikenk pisan hoy la faz de la tierra, porque sus pueblos fueron exterminados y su lengua murió con ellos. La belleza, sofisticación y profundidad espiritual de sus rituales ya no viven más con nosotros.
Hace un tiempo ya, una vez que fue entregado el informe de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato de los Pueblos Indígenas, un connotado hombre de la Comisión preguntaba “¿Cómo deben ser tratadas las culturas minoritarias, por ejemplo, la cultura mapuche o la cultura rapa nui? ¿Debemos abogar por su protección, conferirle el derecho a gestionar su vida colectiva y darle recursos adicionales para evitar que naufrague o, en cambio, debemos asegurar, nada más, los derechos individuales de los miembros de esos pueblos, dejando la supervivencia de esa cultura entregada a la interacción social espontánea?”.
La diversidad no es un mal menor a ser aceptado, sino un bien que nos incumbe a todos y al que debemos propender. Hace unos días, el presidente Lagos lo llamó pluralismo.
Esa diversidad nos incluye a todos, enriquece nuestra identidad nacional, nos unifica en la diferencia y nos identifica en el orbe. El que cada uno de nosotros pueda ser reconocido en su identidad, es un bien colectivo, por lo mismo es una responsabilidad colectiva, una responsabilidad de todos.
Eso es especialmente cierto en el caso de los Pueblos Indígenas de Chile. Hemos reconocido, como sociedad y como estado, que nos constituimos como república sobre el despojo de ellos, sobre el acallamiento de sus voces, sobre la muerte de sus hijos.
Por suerte todavía están vivos y sus ensoñaciones y sus mundos imaginarios todavía existen, por suerte todavía tenemos esperanzas de convencernos de que la diversidad está bien y que ella no solo es nuestro deber como sociedad, sino que nos enriquecerá y hará a Chile un mejor lugar donde vivir. Seguro que las fuerzas de todo lo vivo van a ayudar en eso.
La verdad es que yo no lo conocía mucho; de hecho, la verdad sea dicha, nunca me detuve mucho en este tipo que, para mí era uno más en esta carrera que llevamos muchos por “salir del piojenterío”, como dice un amigo mío. Era un tipo quitado de bulla. A él yo nunca lo noté especialmente hasta esa mañana.
Salimos todos a un patio. El hombre joven, ese que yo no había notado especialmente hasta ahora, ese que no se hacía notar, se paró frente a todos y nos instruyó asertivo: “quien esté aquí para observar la rogativa, puede volver a los salones, en esta ceremonia todos deben participar”; después, instruyó a todos los presentes, entre los que se encontraban sus jefes, otras personas mayores que él, otros que en situaciones comunes tenían más desplante, sobre el lugar que debían ocupar y las conductas que deberían desarrollar en adelante. Claro, todos obedecimos cada palabra que pronunció, este hombre se convirtió en un poderoso líder que nos preparaba para algo importante.
Finalmente llamó a otros hombres a acompañarlo, el llamado no tuvo un criterio que yo entendiera de buenas a primeras, no había un orden etario ni jerárquico, sólo llamó a otros hombres, después me fijé que todos eran mapuche y todos hablaban mapudungún.
Y el ritual empezó, era un letargo repetitivo que, a medida que se desarrollaba nos iba haciendo entrar en un estado de contemplación. Las palabras no las entendía, estaban pronunciadas en la lengua de los mapuche. El tono y el volumen comunicaban una emoción que no me era familiar, era algo sagrado, como el tono que usan algunos sacerdotes en la iglesia católica, pero era fuerte, como de preparación para la lucha, sin embargo se hacía de rodillas y mirando hacia arriba. La trascendencia, la lucha y la humildad estaban unidas por este letargo ritual que se repetía hasta movernos por dentro.
El tono de la rogativa empezó a declinar, también el ritmo y el volumen, hasta que todo concluyó en un grito suave y uniforme.
Después supe que él y los que lo acompañaban, pidieron permiso y evocaron las fuerzas de todo lo vivo para que nos protegiera y nos ayudara.
Ese hombre que yo no había notado especialmente, cuando hablaba la lengua de sus ancestros, se había convertido en el portador de la sabiduría de su pueblo.
Este peñi que para mí era uno más de nosotros, luchando por la vida, ahora emergía como un otro, como uno a través del cual hablan sus ancestros, uno que se hace poderoso cuando habla la lengua de sus padres, una que él también reconoce como propia, como uno que me mostraba cómo entre ellos se toca lo sagrado.
Me pregunto quién sería este hombre si no hablara mapudungún, si no supiera sus rituales ancestrales, sino se hiciera poderoso cada vez que se convierte en un vehículo a través del cual hablan sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, seguro que sería sólo uno más de nosotros y seguro que nuestra comunidad sería menos rica y mucho más aburrida.
La pregunta no es gratuita. Hoy según los sondeos más optimistas, tres de cada diez mapuche habla su lengua ancestral y algo parecido sucede con la lengua aymara. El kunza de los licanantay es una lengua muerta y la cultura y la lengua de los pueblos indígenas de los canales del sur de Chile amenaza con desaparecer, a eso debemos sumar que ningún selknam ni aoenikenk pisan hoy la faz de la tierra, porque sus pueblos fueron exterminados y su lengua murió con ellos. La belleza, sofisticación y profundidad espiritual de sus rituales ya no viven más con nosotros.
Hace un tiempo ya, una vez que fue entregado el informe de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato de los Pueblos Indígenas, un connotado hombre de la Comisión preguntaba “¿Cómo deben ser tratadas las culturas minoritarias, por ejemplo, la cultura mapuche o la cultura rapa nui? ¿Debemos abogar por su protección, conferirle el derecho a gestionar su vida colectiva y darle recursos adicionales para evitar que naufrague o, en cambio, debemos asegurar, nada más, los derechos individuales de los miembros de esos pueblos, dejando la supervivencia de esa cultura entregada a la interacción social espontánea?”.
La diversidad no es un mal menor a ser aceptado, sino un bien que nos incumbe a todos y al que debemos propender. Hace unos días, el presidente Lagos lo llamó pluralismo.
Esa diversidad nos incluye a todos, enriquece nuestra identidad nacional, nos unifica en la diferencia y nos identifica en el orbe. El que cada uno de nosotros pueda ser reconocido en su identidad, es un bien colectivo, por lo mismo es una responsabilidad colectiva, una responsabilidad de todos.
Eso es especialmente cierto en el caso de los Pueblos Indígenas de Chile. Hemos reconocido, como sociedad y como estado, que nos constituimos como república sobre el despojo de ellos, sobre el acallamiento de sus voces, sobre la muerte de sus hijos.
Por suerte todavía están vivos y sus ensoñaciones y sus mundos imaginarios todavía existen, por suerte todavía tenemos esperanzas de convencernos de que la diversidad está bien y que ella no solo es nuestro deber como sociedad, sino que nos enriquecerá y hará a Chile un mejor lugar donde vivir. Seguro que las fuerzas de todo lo vivo van a ayudar en eso.
Etiquetas: contingencia
1 Comentarios:
Del corazón han emergido tus letras, teñidas de esperanza e igualdad, sentidas y lindas letras.
Siento el desconsuelo, que radica en tu gran corazón. Con nostalgia te preguntas y no obtienes respuesta, al igual que yo, solo una esperanza de que en un futuro próximo, se respete y ame a la diversidad. Ves, tal vez, que toda la humanidad se centran en sus propios intereses.
Muchos, con retórica, labia y golpes de mesa, manejan a todo un pueblo, impresionan y gustan haciendo de ellos líderes.
Siento que la forma de hacer política y toda aquella mentalidad "desviacionista" se alejan de los asuntos que realmente importan. Es así, te puedes explicar como esos corazones pueden botar tanta plata en las calles en estupideces; fotos, panfletos y cuanta porquería.
Hace unos día atrás, me quedé pegada observando, hasta que los perdí de vista, ya que me movilizaba en auto, los carteles publicitarios de los candidatos a la presidencia, estaban separados unos del otr,o por unos pocos metros.
Éstos lucían elevados, desafiante, irreverente e indolentemente y a modo de inconsciente y cruel BURLA, sobre un sector de Santiago muy pobre, donde el sufrimiento humano es intenso y donde muchos ya se han entregado al trago y las drogas a modo de anestesiar sus corazones a la crueldad de un mundo falso e indolente.
Apoyado en los pies de uno de éstos carteles, una familia CHILENA tomaba un descanso. Los 4 pequeñines eran preciosos, sus caritas, como aquí cuentas reflejaban aquellos étnicos rasgos,.. sus padres apesadumbrados, portaban en sí, el gran peso de la indolencia política, de un país utópico donde se habla mucho y hace poco, desviándose de lo trascendente.
Pensé, "que ganas de deshacer el gigantesco cartelito y convertirlo a minutos antes de gestarse; a los pesos, que salieron de nuestros propios bolsillos y comprarles un poquito de felicidad a esa hermosa familia chilena.
A lo que me refiero, Alexandro, cuando hablo de la nueva generación política, es justamente a erradicar aquel egoísta accionar. Y NO DE COMPORTAMIENTO, SINO DEL ALMA. GENTE CON EMPATÍA Y AMOR AL PRÓXIMO.
ESO ES LO QUE SIEMPRE HEMOS QUERIDO Y NOS HAN PROMETIDO.
"pero, que nunca llega"
Sé, Alexandro, que somos del mismo pensar. Tú, en el fondo de tu gran corazón sientes lo mismo. Solo es cuestión que lo sientas.
Un gran abrazo, Alexandro.
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