jueves, diciembre 27, 2007

La muerte de Gaete III

Dicen que Gaete no murió en México, en realidad nadie sabe si en verdad murió. Otros dicen que murió en Colombia. Yo lo supe de alguien a quien el hijo de Gaete le contó. La historia es como sigue.

Gaete vivía en Amsterdam y consiguió un trabajo como observador de elecciones en el tercer mundo y cosas así en una ONG europea.

Dicen que estuvo en México sí, en las elecciones en las que perdió López Obrador y que estuvo involucrado en una riña de bar en el Distrito Federal. Dicen que de alguna manera convenció a funcionarios del Gobierno y de la Policía para que no se comunicaran con la organización que lo había enviado, avisándole del desaguisado de este funcionario menor. Gaete se salvó de esa, porque la condena habría sido volver a Holanda a llenarse de tedio, y a afeitarse una vez al mes para ir a cobrar el sueldo que le pagaban por ser una especie de refugiado. Si bien Gaete apreciaba el reposo, más que el normal de las gentes y mucho más que el común de los holandeses, el tedio insoportable de esos canalitos urbanos y de esta gente políticamente correcta, fue más fuerte y buscó un trabajo.

Después de México se fue a Colombia, a unas elecciones de autoridades locales. A mirar como siempre. Después de la jornada de trabajo, nadie sabe que hizo Gaete, aunque esta vez no hubo riñas, según se dijo.

Justo cuando las elecciones locales en Colombia terminaban, se produjo una oferta de la guerrilla para liberar rehenes y se requerían observadores. La ONG en la que trabajaba Gaete, le pidió ser parte de eso y le hizo presente los riesgos que suponía el trabajo, pero Gaete aceptó, casi sin dudar.

La operación fracasó y no hubo entrega de rehenes, murieron tres guerrilleros, un soldado y Gaete.

Quien me contó me dijo que había encontrado al hijo de Gaete en el aeropuerto El Dorado; volvía a Chile porque nunca la guerrilla o el ejército devolvieron el cuerpo de su padre. Dijo que la última vez que hablaron por teléfono, justo antes de que la comitiva de observadores saliera desde Bogotá, tuvieron una conversación inusualmente larga y Gaete aseguró que renunciaría a ese trabajo y que volvería a Amsterdam, que era la ciudad en la que quería vivir.

Ese invierno, en Santiago, cuando ya se perdieron las esperanzas de que devolvieran el cuerpo, el hijo de Gaete dispuso una especie de funeral para su padre. Esto no me lo contó nadie, yo estuve ahí. Solo unos pocos amigos y ni un solo discurso. Todos eran conocidos, salvo una mujer, casi tan joven como el hijo de Gaete, que habría pasado inadvertida si no fuera por el acento con que dio el pésame y por el modo en que lo miró al hacerlo. El hijo de Gaete la abrazó como si la hubiera reconocido, él lloró un poco, ella no. Hablaron algo durante ese abrazo. Después de eso ella se fue. Su cuello estaba envuelto en una enorme bufanda roja. Cuando ya casi desaparecía entre la neblina, ella se dio vuelta hacia nosotros; el hijo de Gaete le hizo "chao" con la mano y ella respondió igual. Unos metros más allá desapareció.