jueves, noviembre 10, 2005

EL AMOR, EL MUNDO Y LA MUERTE

Las amaba a las dos, pero ninguna de las dos creía que eso era posible, una pensaba que era solo deseo lo que él sentía por “la otra” y ésta pensaba que él seguía en esa casa y con esa mujer por interés, por la certeza del dinero, por la herencia del padre de ella, por los hijos, pero pensaba que nada de eso era amor.

Cada vez que la veía, cada vez que él se daba cuenta de que ella lo veía a él, no había modo de escapar del tirón que lo obligaba a acercarse y no podía resistir la mirada de ella también tironeada por el deseo.

Desde que había conquistado un privado para él sólo en la oficina empezó a correr el riesgo de llevarla hasta ahí para olerla, mirarla, lamerla y penetrarla. Todos los días desde que tuvo oficina nueva. Todos los días, por un mes y medio.

Él la amaba, no podía no amar a una mujer que se enredaba con él, hasta en los pliegues más recónditos del ánimo.

Cuando volvía a su casa, y jugaba con los niños, todo funcionaba normalmente. Todo si no hubiera sido por la mirada de ella, que presentía, que olía que su hombre se estaba yendo. Nunca habló claro y por eso él nunca le pudo explicar. Los besos de buenas tardes fueron de nuevo como los de su adolescencia, cuando cogían clandestinamente cada vez que podían, en los rincones de la casa paterna. Lo poseyó como si quisiera sacarle todo lo que le quedaba dentro, como si quisiera meterse entera en él, como si quisiera marcarlo para que cada minuto que estuviera sin ella, tuviera el olor de su dueña. Siempre terminaba derrotado, con sed, con cansancio y con amor, con ese cansancio que da cosquillas y con ella, que por momentos parecía la madre que amamanta al niño indefenso. Cuando eso pasaba, él sabía que no se iría nunca de ahí.

Él la amaba, no podía no amar a esa mujer que lo mataba y que después lo hacía resucitar al dulce mundo de sus besos.

Aunque nadie lo entendió, yo se que las amaba a las dos. El no tenía una aventura, las amaba como se ama a quien envejecerá a su lado. Hasta que otro que no era más que otro creyéndose parte de esto, reconoció las marcas que él dejaba cada día en su cuerpo y en sus ojos y en su voz y quiso terminar con la vida de este advenedizo. Cómo no notó que el que estaba de prestado era él, cómo no leyó esas marcas que solo hablaban otro y no de él, cómo no vio en sus ojos que debía alejarse.

Él tampoco entendió, solo le disparó desde un cañón y desde el desgarro de su alma de niño. Cuando terminó de activar el dispositivo del revólver, lo dejó caer de su enorme mano, y se fue.

Ahí están las dos. Todo el mundo llora. El era un hombre bueno. Sus hijos estarán bien. El era un hombre bueno. Cuando joven quiso cambiar el mundo y no lo logró. Pero al menos cambió su vida y las amó del modo que se ama a la única mujer de la vida, de un modo que el mundo no entendió nunca. Y ahí estaban ellas que sólo parecían su viuda y su secretaria sufrientes, pero en realidad eran los amores de su vida.

El amor está muerto. Se fue con él debajo de la tierra, y ellas están solas.

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